Sendas del Riaza

BREVE HISTORIA DE UN VALDEVAQUEÑO

  •  Por Rafael Benito

Corría el año 1944, cuando ya en el mes de diciembre vine al mundo en el seno de una familia humilde. Según la versión materna, nací el más robusto de cinco hermanos (4º en el orden natalicio), pero a los nueve meses de edad me dio la polio en piernas y brazo derecho que ya me dejaría marcado en la movilidad para toda la vida. Hasta los cuatro años lo único que hacía era romper pantalones arrastrándome por el suelo. Pero ya por entonces mi padre le dijo a un carpintero que me hiciera unas muletas tipo balancín, serían, esas y muchas otras, las que con el paso de los años se convertirían en el principal soporte para mi movilidad y desarrollo.

Ahora un niño con tres años y medio ya empieza el colegio. Por entonces era a los seis. Pues yo, ni lo uno ni lo otro, que me faltaban cuatro días para cumplir los siete cuando puse los pies en la escuela mixta de la “casa quemada” que aún sigue en pie, y que llamamos escuelas viejas.

A partir de ahí, las mismas inquietudes que todos los chavales. Jugar ocupaba casi todo el tiempo libre. Recordar que cada época tenía el suyo. ¿Quién no recuerda juegos como: el hinque, la maya, el chito, la cruz-bollo, el pario, las liebres, etc.? Se me pone la piel de gallina, solo de pensar que cuando esto ocurre, es que estamos más cerca de la vejez que de la adolescencia.

Si lo que acabo de escribir me ocupaba una buena parte del día, el colegio no sería menos. Con una disciplina que era como un reto, pues ¿quién llegaba antes que Fidel y yo a la escuela? Nadie. De estudiar más o menos, no me corresponde a mí certificarlo, pues maestras y maestros he tenido muchos, que son a la vez los que dirían si mi conducta y escolarización fue la adecuada. De todo esto, la cartilla o diplomas son los que cuentan.

Dejo el cole a los quince años y medio (las envidias de la gente no me dejaban continuar) y entra uno en la fase más difícil del ser humano: la adolescencia. Es una parte de la vida en la cual ni eres niño ni eres hombre. Nadie te aconseja, y si te toca pensar, tampoco sabes si llevas razón o no.

Llego a la mayoría de edad y es cuando empiezo a pensar; este es un pueblo muy pequeño, con una estructura económica de subsistencia, y donde no es nada fácil conseguir un trabajo.

Después de hacer varias cosas por libre y correspondencia, el 2 de octubre de 1973 a las 9:00 h. tomo CONTINENTAL AUTO en Aranda de Duero con destino Madrid, pues al día siguiente tenía que empezar a estudiar la Formación Profesional Administrativa y el Bachillerato. El estudio (9 horas diarias) y el autobús (10 veces al día) lo único que me daba que pensar era, como distribuir mejor el tiempo, o lo que es lo mismo, sacar el mayor rendimiento. Dos años después con una puntuación media de 9, daría pie a lo que sería mi trabajo en la Administración Civil del Estado en la rama Hospitalaria.

Con el trabajo he conseguido lo que tengo y lo que soy. Pero si en el colegio la constancia era mi lema, en el trabajo ha sido mi bandera. Trabajar a 38 km del domicilio durante 18 años, no es tarea fácil, y menos con una discapacidad física que ya empezaba a pasarme factura. Mi traslado voluntario al Hospital de la Paz a escasos mil metros de casa, cambiarían bastante mis relaciones personales, y así durante 14 años hasta mi jubilación.

Este pequeño resumen, se puede decir que es parte de mi vida. Quiero recalcar una anécdota bastante chocante: nunca tuve un juguete, pero con 12 años aproximadamente, vi en el periódico ABC un camión Pegaso y tras bastantes días de coger las herramientas que mi adre disponía, di por terminada la muestra de la pequeña factoría infantil (mi primer juguete), luego haría más.

Hay algo que lo podían decir otras personas, pero aquí lo digo yo, y no es otra que el cariño que siento por el pueblo que me vio nacer. Siempre que he podido me he desplazado desde Madrid para estar con los míos. Mi patria chica.

Siempre me ha gustado aprovechar mi inteligencia para hacer el bien y combatir el mal. Soy muy dado al perfeccionismo y también al buen orden y respeto por las cosas.

No quisiera con este escrito pecar de pesado, pero como me lo han pedido los responsables del albergue, desde aquí les doy la enhorabuena por haberles conocido, y como no, a todos los chavales que han disfrutado del paisaje meseteño.

Un saludo

Un comentario en «BREVE HISTORIA DE UN VALDEVAQUEÑO»

  1. 1mamá

    Me encantó esta historia de Rafael Benito, todo un ejemplo de superación.
    Espero que los niños la lean y vean lo que significa tener amor para el estudio y voluntad.
    Muchas gracias Rafael por compartirla!

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