Llegamos a “de pino a pino” (Navafría, Segovia), una actividad preparada especialmente para calmar los nervios de aquellos que no habían podido dormir la noche anterior. Fue una experiencia distinta a las que normalmente estamos acostumbrados a disfrutar en el horario lectivo. Constaba de tres niveles distintos en los que los disfrutamos cada uno con quien quiso y como quiso. A su ritmo.
Los recorridos eran increíbles, la adrenalina subía a niveles insospechadamente altos. En ese pinar no se oían más que los gritos de los que bajaban por las tirolinas en ese momento y los ecos de las risas nerviosas de quienes no lograban superar una de las pruebas. Finalmente, un par de horas después y considerablemente más cansados, retomamos el viaje. No duró mucho. Al cabo de media hora el autobús paró para el almuerzo frente a un sabinar, un bosque de árboles milenarios. Junto a nosotros, una pista de frontón y la ermita del pueblo. Lo cierto es que el ambiente discernía de la estampa habitual del comedor del colegio. Estábamos llenos de bichos y de hierba hasta el cuello.
Por fin llegamos al albergue. A diferencia de las cabañas que forman el Corralón, en las afueras de Casavieja, este centro se encontraba dentro del propio pueblo de Valdevacas , donde nos esperaban los monitores. En la plaza hicimos una actividad para conocernos. Entre profesores, monitores, cocineros y la propia alcaldesa del pueblo, nos pasábamos una pelota.
Cuando alguien nos la lanzaba, debíamos decir nuestro nombre y qué esperábamos de esta convivencia. Dio la impresión de que ninguno de los alumnos teníamos demasiadas expectativas puestas en esta convivencia El personal del albergue era gente joven, de pueblos cercanos o del propio Valdevacas. El centro había dado trabajo al pueblo. La alcaldesa se presentó. Tenía los ojos llorosos y estaba visiblemente emocionada. Nos dio la bienvenida y nos hizo darnos cuenta de que simplemente con nuestra visita doblábamos la población del pueblo. Su pueblo, que estaba destinado a desaparecer, había vuelto a la vida, repetía.
Descargamos las maletas y nos cambiamos rápidamente, ya que los monitores nos querían explicar la actividad de la mañana siguiente. Ya todos abajo, nos dividieron en tres grupos de expertos: fotografía, orientación, y flora fauna y comunicación. A cada uno nos asignaron un monitor, y nos contaron el fin de cada división grupal. Aprendimos cosas que muchos no sabíamos y que muy probablemente no llegaríamos a saber en nuestra vida de no haber estado allí. A su vez, cada grupo fue dividido en dos, ya que mezclarían los grupos de expertos y nos llevarían al inicio de diferentes rutas, que deberíamos hacer sin más ayuda que lo aprendido ese día.
Las rutas posibles eran la de las Tenadas, es decir, los caminos y lugares por los que en la edad media se practicaban la trashumancia, o la del Casuar, o sea, la reserva natural en la que un montón de parejas de buitres leonados e incluso una pareja de alimoches, además de otras aves y mamíferos, convivían. Debíamos tener mucho cuidado y no hablar demasiado alto si queríamos disfrutar de la senda nos advirtieron los monitores- ya que ellos no podrían avisarnos ni regañarnos, pues, aunque estaríamos en contacto con ellos mediante los walkies, el camino lo realizaríamos sin su supervisión.
Nos duchamos y cenamos. Los cocineros prepararon una copiosa comida, por cierto, toda muy buena. Antes de dormir, disfrutamos de una velada de chicos contra chicas compitiendo en diferentes pruebas. Todos afónicos de tanto cantar. Cerca de la medianoche nos fuimos a dormir.
A la mañana siguiente, después de desayunar, nos fueron asignadas las rutas: a mi grupo le tocó la de 6 Km, las Tenadas. Nada más comenzar, una pareja de corzos se cruzó en nuestro camino, pero al vernos, huyó. Gracias a las cámaras profesionales con las que contábamos, pudimos inmortalizarlos a ambos. Continuamos con la senda, que quizás se nos hizo más cansada por la sofocante ola de calor que se nos vino encima. Con el sol de cara, recogimos las tres pruebas, que consistían en fotografiar diferentes elementos, y llegamos a unas casas: más tarde nos enteramos que eran lugares en los que en invierno se guardaba el ganado. Terminamos la ruta, considerablemente más morenos y nos fuimos a comer. Después, tiempo libre. La gente del pueblo nos saludaba como si fuésemos conocidos de siempre: de donde éramos, si íbamos a ver el Madrid-Barça, si nos gustaba el pueblo, si teníamos sed…estaban deseosos de atendernos.
Después de merendar, ducharnos y cenar, nos presentaron otra actividad: iríamos a contemplar las estrellas a un alto del pueblo. Sin más luz que nuestras linternas, nos dirigimos allí. Al pasar por el cementerio del pueblo, todos girábamos la cabeza. Nos dividieron en grupos y nos asignaron una constelación, que debíamos encontrar entre toda esa masa de estrellas que se había concentrado en el cielo. Nunca había visto antes tantas luces juntas, era impresionante. Después volvimos al albergue.
A la mañana siguiente, aun más calor. Nos tocaba la ruta más larga, la del Casuar, pese a todo, algunos de nosotros estábamos impacientes. No sin razón. A eso del mediodía, unas veinte parejas de buitres leonados surcaban el cielo, sobre nuestras cabezas. Un alimoche se veía a lo lejos. Llegamos a un punto clave, al fin: una iglesia románica de más de diez siglos que constataba la antigüedad del lugar en el que nos encontrábamos. Aparecieron varios monitores por el otro lado del camino. Nos explicaron que se habían encontrado pinturas rupestres y puntas de flecha de la Prehistoria. Después, subimos a un pequeño monte, en el que algunos vieron un zorro antes de llegar al cerro. Ya allí, un alimoche, una pareja de águilas y varias de buitre leonado fueron plasmados por nuestra cámara.
Al caer la tarde, vinieron unos matrimonios mayores. Nos dividimos en grupos y acudimos a aprender a jugar a la rana, los bolos, a la tanga… Algo de lo que siempre habíamos oído hablar a nuestros abuelos, sus tradiciones, su infancia. No creo que lo cambiáramos por el baloncesto ni por el fútbol, pero pasamos un muy buen rato gracias al centro cultural los frutos.
Por la noche, fiesta. Se atendían peticiones a nivel musical. Buen rollo y muchas ganas de pasarlo bien.
Tristemente, tocaba irse, recogimos nuestras cosas…. y pasamos la mañana en el pinar. Habíamos pasado una semana inolvidable, se habían superado nuestras expectativas, estoy segura que dentro de dos años todos querremos volver.
Valdevacas, 26 al 29 de abril 2011
Buen relato, el sitio me ha parecido mas adorable que los Pinguinos de Madagascar………. o que anillado
bueno…ha molado muxo lo de valdevacas
María………. soy tu super fan